jueves, 1 de agosto de 2013

[Política] Sobre Chávez

El hombre y su contexto

“En el gran teatro del bien y del mal hay una distribución de funciones entre los ángeles y los demonios, y Hugo Chávez es uno de los principales demonios; […] desde el punto de vista de la fábrica de la opinión pública mundial es un “extraño dictador”; […] había 1.5 millones de analfabetos, que ahora se están alfabetizando, y esto explica la furia de los grandes medios […] de comunicación”. Eduardo Galeano.

Pareciera que en momentos de crisis y de francas incertidumbres han surgido hombres capaces de llevar a cabo los cambios que aparentemente necesita una nación. Nada más falso; lo que estos hombres poseen es la habilidad de percibir que el río está revuelto y cómo sacar ventaja de esta situación.

Hace poco corrió por las redes sociales una imagen que causó gran revuelo pues parecía confirmar la teoría defendida por los ultrademócratas: que la dictadura de Chávez comenzaba a rayar en el fanatismo religioso: La foto no incluía la silueta del presidente difunto sino la parte trasera de un automóvil en la cual se encontraba una estampa (calcomanía) con la frase: “Chávez es un Cristo”. Los reclamos no se hicieron esperar: que si Chávez había creado un culto heterodoxo en torno a su figura, que los venezolanos estaban idiotizados con la imagen del dictador (quien meses antes, con motivo de las elecciones presidenciales, había atiborrado la ciudad de Caracas con propaganda en la que se le veía victorioso, sano y jovial)… En fin, que Venezuela había perdido la cabeza y que no tardaba en hacer uno de esos tantos arrebatos que suelen tener las masas manipuladas por los voraces demagogos. Lo que decidieron los miembros de la élite gobernante de Venezuela en aquellos días parecía confirmar lo dicho por los intelectuales liberales “contrarios a toda doctrina y dogmatismo”: Embalsamar a Chávez, declarar que era Cristo y asegurar que el gobierno estadounidense lo asesinó “infectándolo” con células cancerígenas no era una manera inteligente de contraponerse ante la opinión contraria al régimen. La “sacralización del Caudillo” era el tema de entremés entre la elección del Papa y la discusión acerca de los equipos triunfadores en la jornada deportiva siguiente. Por este motivo (el que “la momia de Chávez” haya sido un tema de interés general en las charlas cotidianas), es necesario contextualizar lo que representaba este hecho antes que juzgarlo ignorando sus circunstancias.
La preservación del cuerpo de Chávez evocaba la imagen del hombre muerto en santidad, del héroe patrio y de la figura pública: tres elementos que parecieran distintos por los cambios que ha sufrido la sociedad a través del tiempo pero que en el fondo mantienen características similares. El martirologio, la historia de bronce y la opinión pública tienen en común la necesidad de hacerle creer a todo el mundo, o al menos a quien se deje, que las acciones llevadas a cabo en vida por estos hombres merecen y deben ser recordadas; con el único fin de moralizar a la población y de crear un prototipo de hombre de bien. Por lo tanto, si Chávez murió oliendo a santo, pero bastante lejos del ideal católico, debía ser conservado por medios artificiales con el objetivo de evitar el olvido de su figura y a la vez, para mostrarle al pueblo venezolano el ideal de un hombre preocupado por él.
Chávez no tuvo la “fortuna” de morir como Ernesto Che Guevara o Emiliano Zapata, en las trincheras, en el campo de batalla; lo cual hubiera ocasionado una mitificación casi natural de su persona: Zapata no fue asesinado porque el cadáver sólo tenía dos pezones, el caudillo tenía tres. En cambio lo hizo desde el Estado, fungiendo como presidente de una nación. Como Perón, Roosevelt, “Tito” y Nasser, igual que Franco, Stalin, Mao y Duvalier.
¿Pero cómo fue que Chávez llegó a ser la figura popular y el ícono latinoamericano de la izquierda bolivariana? No es de extrañar si atendemos a las características que lo hacen sobresalir del resto de gobernantes en el cono sur; y del cual se creó un estereotipo que se repitió en Bolivia, Nicaragua y Brasil.
Chávez encarna los dos prototipos de líderes latinoamericanos: el golpista y el demócrata. Aunque fracasó con las armas y sólo a través de las urnas pudo ejercer el poder, ambas características estaban presentes en su persona, por contradictorias que pudieran ser: el fusil y la palabra; Castro y Allende: la dictadura democrática.
Porque nadie podrá afirmar que fue un dictador autoritario a la vieja usanza latinoamericana pues convocó a elecciones y todas las ganó por mayoría y sin hacer fraudes, aparentemente. Pero tampoco puede decirse que no supo aprovechar su carisma para triunfar en los comicios y que el uso del ejército no favoreció su poder. Al igual que Porfirio Díaz; Chávez supo ser el presidente perpetuo de una nación necesitada de democracia.
Por eso resulta paradójico que quienes califican a Chávez de dictador sean los mismos que han justificado el porfiriato como una época de progreso, tratando de ignorar que el gobierno de Díaz, bajo sus propios parámetros democráticos, también fue una dictadura. Por ello la muerte del caudillo venezolano nos hace recordar la inestabilidad política provocada por la entrevista Díaz-Creelman. Este suceso es el termómetro democrático donde estarán fijas las miradas de todo el mundo para saber a primera hora, ¿Qué pasará con la República Bolivariana de Venezuela?
Porque estos mismos críticos parciales al régimen de Hugo Chávez son quienes califican a otros caudillos como Mesías Tropicales y a quienes no les causa ningún resquemor hablar de defender los bienes de la Nación como algo anticuado; afirmando que la capitalización de las empresas paraestatales con recursos privados no es una privatización. ¿Acaso los empresarios donarán sus recursos sin pedir nada a cambio?
Y así llegamos a la gran dicotomía eterna, a la encrucijada que ha protagonizado las más acaloradas discusiones desde la Revolución Francesa: ¿qué es lo que hay que conseguir primero: libertad política o libertad económica?
Según algunos al consumarse la democracia (libertad política) genera por inercia el bienestar (libertad económica) de toda la población. Pero hemos visto que los países más demócratas no crean bienestar a todos los miembros de su estado, y de conseguirlo, siempre es a costa de otro pueblo. Otros sostienen que lo primordial es la libertad económica, que obteniéndola se consigue automáticamente la libertad política. Sin embargo es raro ver que un país con bienestar social tenga a la vez una democracia consolidada. Y aún existe un tercer grupo que sin hacerlo abiertamente, afirma que ni la libertad política ni la económica son importantes, que lo realmente valioso es la estabilidad macroeconómica, esa abstracción que genera burbujas financieras y termina por desestabilizar la microeconomía familiar. Chávez consiguió estabilidad microeconómica en Venezuela, gracias al excedente de hidrocarburos con los que cuenta el país. Con esos recursos pudo llevar a cabo una política “populista” a la par que legitimaba su discurso con esas acciones. ¿Cuántos “Chávez” son necesarios para transformar la política actual?
En efecto Chávez fue un cristo (ungido por el pueblo venezolano que lo defendió a capa y espada) y no El Cristo de los que predican aquella religión, de la cual surge la variante que prefiere hacerle daño a los niños que liberar la cartera. Chávez fue un cristo, porque el tributo que le rinde un pueblo agradecido a su caudillo no es fácilmente explicable.
Porque vista de una manera cruenta, la muerte de Chávez convino a todos: A los chavistas les sirvió como piedra de toque para mantener el estado de cosas y a los opositores les fue útil para demostrar que ellos tenían razón al afirmar meses antes, durante la campaña presidencial, que el presidente de Venezuela no soportaría la presión debido a su estado de salud.
Por todo eso, basta decir:
¡Chávez ha muerto, Viva Chávez!
Arístides Villa es escritor y analista político aficionado a la historia latinoamericana. Gusta de encontrarle cabos sueltos a los hechos actuales.

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