Frágil y solitario caminaba entre bosques oscuros y secos,
sin frutos, sin verde, sin viento. Caminaba buscando algo que no sabía qué era,
ni dónde iba a encontrarlo, ni de qué manera. Se quedaba atrapado en sus sueños
y ahí, sus recuerdos lo hacían presa de sus miedos, lo arrinconaban en la
soledad, en lo terrorífico, en lo inimaginable de su inconsciente.
Amaba creer que tejía las redes de su propio destino, que los
hilos eran caminos por explorar, que los círculos eran etapas que
inevitablemente cruzaría algún día y que al final del camino, las plumas
colgantes le darían oportunidad de entintarlas y escribir su vida a placer…
Una noche entre la oscuridad, escuchó una voz clara, era una
voz de mujer que encantaba, que arrullaba sus deseos, le susurraba -Ven…!- Aunque la voz le intrigaba
profundamente, decidió ignorarla y por varias noches fue la música de sus
caminatas infinitas, ambientó perfectamente su melancolía hasta volverse la
esperanza de una vida que deseaba a escondidas de sí mismo.
Él conocía esa voz, su deseo la hizo propia, todo su ser la
identificó como parte suya, se fue dejando envolver en la tonada, sin darse
cuenta, esa voz le fue dando el amor que buscó por largo tiempo sin suerte de
encontrarlo, le fue encendiendo una luz al final del túnel. En su interior esa
palabra se transformó en el canto y melodía de sus días, dormía a todas horas
para encontrar su melodía, para llenar el vacío que sentía sin ella.
Una mirada lo hipnotizó, la voz le dijo “sígueme y me encontrarás…”. Aún dudoso, en medio del bosque de su
soledad, esperó a que su canción lo envolviera como en todos los sueños que
había tenido desde que ella llegó. Se enfrascó en un baile con ritmo de locura
buscando la melodía de sus sueños, la siguió atravesando veredas, pisando el
tapete infinito de hojas secas hasta llegar al árbol más grande de los acres de
su interior, estaba negro, seco y majestuoso; ella lo había esperado todo este
tiempo debajo del árbol más grande, más tétrico, el que conducía hasta su
corazón.
Al verse en la oscuridad, se sonrieron como un niño al
encontrar una sorpresa en el árbol de navidad, se reconocieron suyos, propios
desde siempre, se besaron como si su amor existiera desde siglos atrás, sus
labios encajaban perfectos, sus manos tenían la medida perfecta, sus caricias
tenían un camino ya marcado, sintieron como si sus cuerpos se hubieran estado
esperando por siglos, era una atracción fatal que los llevó al abandono.
Se entregaron tanto como la vida se los permitió, se besaron
tanto que su boca se secó, se tocaron tanto que las huellas de sus manos se
desvanecieron, se dijeron tanto que las palabras se les terminaron; sus cuerpos
fueron aprendidos a la perfección, cada borde, cada marca, cada surco de lo
largo y ancho de su cuerpo, fue terreno conocido por los dedos y los labios.
Entre sus cuerpos jamás hubo secretos.
La atracción fatal está, desde el principio de los tiempos, destinada
a destruirse. Un mal día la voz huyó de sus sueños, le dejó desconsuelo en las
redes, cada nudo se convirtió en una interrogación mortal dejada al aire, cada
línea de su infinito tejido fue una promesa abandonada, ese hilo medía lo mismo
que medían sus cuerpos amotinados, envueltos en hiel, sudor, obsesión y pasión.
Lo nunca antes visto, lo nunca antes sentido; y es que la figura de sus cuerpos
unidos no tenía principio ni fin, porque de tal manera sus almas se amaron que se
fusionaban convirtiéndose en un nuevo ser.
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