jueves, 1 de agosto de 2013

[Relato] Enjoy the silence


El halo de luz morada pasa rápido sobre el cementerio estampado de tu blusa, un trago helado, el espíritu del alcohol aviva la percepción de tus ojos bailando al ritmo de enjoy the silence. Depeche Mode difícilmente pasará de moda mientras en las fiestas sigan sirviendo anfetaminas, whisky barato y Salomés vengativas sigan llenando los despostillados tarros de cerveza de los mal amados. Un poeta, es decir otro mal amado, sostiene, con la finura de quien escribe sobre el torso desnudo de una amante burguesa, que en realidad no hay tales incapacitados para el amor, sino la carencia de dólares para embellecer versos, crear ficciones. Como sea, todos los hombres somos lo mismo: parias bífidos al final que pasan las lenguas de sus ojos por el contorno de sombra neón que se desprende de tu cuerpo en movimiento. Este es un mal lugar y un mal momento para pensar en poesía y dinero, pero tampoco quiero pensar en la distancia de tus pasos tránsfuga, en las puertas del subterráneo cerradas, las calles cercadas por retenes militares; mucho menos regresar al recuerdo de los grilletes en los muslos. No tengo ni un centavo en la bolsa para invitarte una creveza.     
Los segundos siguen imperceptibles detrás del ritmo de beats y guitarras, la música es un puente que te saca de este quinto piso desde el que se observa un cementerio con cruces blancas de cocaína, brillante, casi se podría afirmar que la pulcritud es la misma de un mausoleo helénico. En sus muros parece haber fiesta, como si ésta alegría etílica también los invitara al espejismo del caribe extinto. Pero no es fiesta, ¿qué, cómo diablos se puede festejar después de la matanza de los elefantes? Nada se festeja allá y el frenesí musical de ésta fiesta sigue sosteniendo un puente infranqueable entre tu delgada llama y mis palabras.
Escolopendra
Emet
Fuego
Hamartia  
A mi lengua, extremidad con el universo, le han cercenado la magia adánica, negras crisálidas escupo cuando quiero hacer escuchar, por encima de la estridencia jovial, tu nombre. No me miras, por un momento siento escamas la piel y levanto el asedio de mis ojos.
Aquí adentro, reptiles sobrevivientes apaciguados bajo una nube cargada de onirismo, allá afuera una horda de jirones humanos, más zombis que hombres, que han roto el ensueño de su televisor y se estrellan, con bríos de alce metálico, contra los muros marmóreos del Partenón dedicado a los héroes de la democracia.
¡Eso sí es una buena bacanal!
Grita un neohippie desde la ventana, confundiendo su aguardientosa voz con un solo de saxofón que tú disfrutas en tu goce solitario; trato de seguirte incapaz de leer la intención del sutil devaneo con el que te entregas a la combinación de guitarra y sax, sin que lo sepas  eres posesa de un cuento por ti narrado en el que te delatas caracol. Ni yo mismo sé cómo pasamos de Depeche Mode a Caifanes con “quisiera ser alcohol”  
¡No mames, esos cabrones se quieren aspirar a los muertos… la coca de la sagrada democracia!
Vuelvo a la ventana. Me gustaría preguntarte si alguna vez contemplaste la pintura de “Los funerales del poeta Oskar Paniza”, de George Grosz, o si en algún momento escuchaste “sinfonía para cólera  y revolución. Discurso para ratas en tres tragedias” del moderno “Kostalkolnikof”. El tumulto en el cementerio tiene mucho de ese carnaval siniestro, uno sobre otro, los zombis se agolpan mecánicamente sobre los muros, la piedra cristalizada es un crujir al chisporrotear de un fuego incontenible que se asoma en los ojos, en el aliento inerte de un solo monstruo: la masa amorfa.      
            Y ahora, aunque quisieras ver lo que aquí acontece, tendrías que recuperar el hilo de oro que nos robaron en el laberinto para volver de ese mundo que sólo tú nombras. Atrás de ti, un girasol con dorso de sirena se escapa de tu ritmo de sangre, sin querer advierto la cadencia de una música volcánica, mineral. No sé de qué mano ingrávida provienen las perlas que vienen a dar a esta porqueriza. Del árbol cae una pera que, antes de impactarse, se vuelve cascada. En un rincón cenizo del mundo sin agua, las lajas recuperan su corazón de jade.
            Sin embargo, ese sonar de caracola no proviene del silabario de tu danza. No puede, no podría ese crujir de huesos emerger de ti. Los muros de coca han sido quemados y es el asalto del hambre el que suena a tambor de guerra.
            Alucinas poemas con plumajes de quetzal y oquedades en cuevas submarinas para el sueño de las ballenas; en algún documental escuché que en geografías así descritas se había fecundado la vida.
Al mismo tiempo, las agencias de seguridad privada dan la señal de alerta a sus amos y los sepulcros de cocaína, que en realidad son bunkers revestidos con imágenes de la santa muerte tallados en marfil, se abren de par en par para que de ellos emerja el clásico desfile militar del 16 de septiembre que encabeza la virgen desnuda de Guadalupe. Los altavoces son tomados y retumban entre las ruinas de la ciudad vestida de seda. Los discursos y las ofertas celadas devoran la música, mas tú quedas suspendida de la música que emerge de ti y la promesa de una montaña estrellada convoca a los reptiles, vuelvo a sentir la piel escamada, a no perder el rastro de tu deslizar silábico, tu cuerpo.
Los tanques y los grupos antimotines toman posición para despejar el cementerio, los altavoces vomitan promesas que son respondidas por guturales voces disonantes, la indignación se inflama bajo una torre babilónica donde nadie se entiende, no nos entendemos, nos negaron el don de una lengua común, unos hablan con el hambre, otros reciclan la arenga política, muchos más sólo han venido por el oro blanco, y yo aquí, expectante, anónimo y esquivo, con un lenguaje infértil que no te alcanza “las palabras no sirven para nada. / Sólo sirve el odio, / una mano sobre un libro, / una pintura que nombra lo indecible, / una mujer con un libro entre las piernas.”[1]   
“No hay negociación posible”, afirman los altos dignatarios, “México es un país que se guía a través de las instituciones, mismas que ustedes han violado. Bajo esa amenaza, el Estado no puede más que responder con la fuerza que la ley le garantiza.” Afuera llaman a las armas, gritan “guerra”, tú enuncias “tierra” y el desierto se nos revela apenas en una duna sugerida en el pensamiento. Tus brazos, serpientes carmesís, versan sobre un eclipse y un diluvio que quedó registrado en algún muro de la extraviada Atlantida; en el cementerio alguien ha lanzado la palabra que autoriza la bengala de la muerte:
Tú dices “Mantis”…………… una ojiva destroza la primera línea enemiga
Pronuncias “Alba”…………..un destello revienta entrañas
“Miel y Junco”……………..sobre el ejército pobre llueven granadas
“Árbol de la vida”…………… la guerra es altamente lucrativa
“Secreto del viento”…………..monumento de cráneos para un dios enano
“incienso-silencio”……………. ¿La paz de los muertos?
            Humaredas de estandartes caídos se filtran por la ventana. Por estar absorto no había reparado en que han llegado más invitados. Ahora todo es absoluto silencio sólo interrumpido por hormigas inmediatamente dispuestas a reparar los muros derribados, barredoras dentadas apartan los cuerpos masacrados y algunos gritos aislados vienen a posarse sobre nuestra indiferencia alcohólica. La flora y fauna por ti nombrada, la atmósfera de lejanos soles de Mayo, se ha disuelto en la ingenuidad de tus ojos sonrientes, abiertos por fin, todo ha desaparecido en tu belleza estática de efigie recién llegada de un viaje secreto. Algo comentamos sobre el ruido de las barredoras, sobre el deber de estar ahí, con los iguales, con el pueblo; coincido y quisiera confesarte de qué vengo huyendo…
            Es una lástima que una fiesta se quede sin mezcal y sin música, algunos mal amados dan de tumbos buscando algún trago ausente de dueño; igual que afuera, en el cementerio, este quinto piso se ha impregnado de un halo de hesitación. Ya no son tus ojos ni ese puente de langostas los causantes de esta nube gris sobre la sala. En la cocina se han juntado todos. Me aparto de ti, te dejo muy cansada, entre los amigos con los que charlas en el sofá sobre esa píldora nueva que venden en el mercado negro. Voy hacia el grupo de personas que debaten con intensidad en la cocina, de paso un bocadillo…
            Pero vuelvo enseguida, las luces se apagan y sólo vuelve a quedar una beta de luz morada que bordea el cementerio de tu blusa, la música vuelve a sonar con estridencia, nuevamente Depeche Mode, ¡qué buena rola!, siempre he querido decirte que me seduce tu piel marmórea al contacto de la niebla violácea. Pero no hay tiempo, me preguntas qué pasa mientras te tomo de la mano y me miras (por fin);  mal amados y odaliscas salen despavoridos; claro está, nunca dejaré que te sentencien a los grilletes en los muslos.
            Las últimas personas en llegar a la fiesta no eran invitados, te explico antes de emprender la huida, realmente era banda que venía huyendo de la matanza en el cementerio. En el camino hacía el quinto piso, explican ellos, los policías antimotines y el escuadrón de exterminio detuvieron a unos cuantos jóvenes que portaban la insignia de #Yosoy132 con pancartas del Frente de Pueblos y del afamado Frente Oriente.  El secretario de la defensa nacional, entonces, no dudó de que el levantamiento fuese provocado por el fuego de nuestra fogata. En los noticieros declaran que agitamos a las masas y aseguran que miembros importantes de la resistencia están entre nosotros. La pista de baile se ha quedado vacía, el escuadrón de exterminio viene a la fiesta, es momento de correr.
Mas no corremos de inmediato, en silencio quedan nuestras miradas, algo quieres decirme pero ya no hay música, ni cascadas, te quedas sin magia, cercenada de tu propio lenguaje igual que yo: absurdo y perplejo con la palabra infértil que no te alcanza, “No alcanzo tu cuello, /no puedo moverme. / Siento tus ansias. Pero tú también estás muerta. / Te me deshaces de tanta fatiga, / al contacto de mi mueca. / Nos arrastramos tratando de alcanzarnos, / pero cuando llegamos al sitio donde nos esperábamos, / ya no hay sitio, / ni cuerpos, / ni amor.[2]    



















[1]Los versos de Óscar Oliva son una constante en los muros de las prisiones, la cárcel que es toda la ciudad. La poesía también está en resistencia y no es mi culpa, es el estado de sitio y la cólera concentrada que nos heredaron nuestros padres. 
[2] Cuando terminé de remontar los versos de Óscar Oliva, tenías ya minutos de haber abandonado nuestra ciudad sitiada. Es verdad, fue un mal momento para ponerme a pensar en poesía. Corro en sentido contrario a las sirenas…    

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