jueves, 1 de agosto de 2013

[Relato] Martín


El silbatazo inicial se lleva a cabo y el muchacho renueva su ilusión. Mira fijo la pelota con una reluciente alegría y aprieta los puños para ahogar el tembleque de sus manos. Martín pide la bola siempre, vociferando enérgicamente y con el índice derecho elevado. Corre y corre más, sin cansarse a diferencia de sus rechonchos y veteranos compañeros. Martín está en buena posición y disponible todas las veces, todas las jugadas, y cada mañana de domingo. Pero a él no le dan ni un pase; pero en Martín nadie confía ni un poco. Llega con una reconocible anticipación y con más ánimos que el resto, pero no se merece un voto. Martín jamás es candidato para cobrar penales, incluso el de los guantes lo haría primero. En ocasiones el balón pasa accidentalmente por sus intrépidos pies, pero una lluvia de desaprobaciones lo convierten en el ser más pequeño e inepto, y lo pierde, o lo cede. Martín practica rigurosamente todas las tardes, y mejora en todas, pero nadie le da una oportunidad los domingos. Si no fueran tan sólo diez además de él, no pisaría la cancha seguramente. Y Martín siempre se esfuerza, pero nadie le da ni un pase.
Martín se prometió demostrar algunas cosas mientras metía la cabeza en la camiseta blanca con hombros negros. En tiempos pasados él gozaba de cierta compasión, pero ésta murió junto con su padre y ahora Martín toma solo el autobús, y prepara sólo una maleta deportiva. Martín es el más pasivo de la familia, y el que tiene más apodos también. Más de uno entre sus primos considera que el peor jugador también es, pero se equivocan rotundamente.
Martín ya estuvo dos veces en posición de gol, pero no tuvo la pelota. Martín tiene bañadas las sienes, y sus compañeros cincuentones ampliaron su colección de disparos desviados. Martín se agita animosamente, y ensucia sus zapatos. Después de mucho de lo mismo, el árbitro anuncia que hay que descansar por un rato.
Aunque es el más fatigado, Martín llega y se sienta en la sombra antes que todos. Saca un cilindro y pretende beber, sin embargo algún amigo suyo se lo arrebata sin preocuparse por parecer descortés. Martín sonríe preguntándose si pudo tocar aunque sea una vez la bola, y no lo averigua. Todos beben de su botella y él sólo sonríe, sin parecer molesto o consternado, como es normal.
-Tengo que demostrarles, hoy tengo que hacerlo.- Susurra Martín mientras ingresa al campo, esta vez doblemente motivado, y sin haber saciado su sed en lo absoluto. De nuevo gordos y perezosos sus compañeros le niegan participar. Él corre, él lucha, él pide. Siempre un poco más fuerte. Él no puede porque los demás y él mismo creen que no tiene la capacidad. No obstante, aunque es una mañana normal, es distinta, y quizá sólo Martín lo entiende así.
Doñas con abanicos agitándose desde su mano esperan y lucen expectantes a la distancia; ninguna menciona nada acerca de Martín. El partido termina minutos después entre lamentaciones y reclamos de compañeros de equipo y el optimismo incansable de Martín. El joven ofrece voluntariamente hidratación a sus compañeros, felicitándolos por el esfuerzo realizado, aunque Martín no acostumbra hacerlo. Los mira beber y a las señoras comadrear de la manera acostumbrada. Después de dos minutos aproximadamente, todo el equipo parece dormir a escasos metros de la cancha de tierra. Las señoras ríen entre ellas sin ver a sus esposos y Martín se despide caminando hacia la parada de autobús, como siempre, sonriente y pasivo.




LD Piña

No hay comentarios:

Publicar un comentario

[Vaguedades] es una revista crítica, por ello ve con buenos ojos que otros critiquen su trabajo.
Si tienes algún comentario hacia este artículo, háznoslo saber.
Recuerda que las críticas siempre deben ser fundamentadas y las propuestas o correcciones nos ayudan a crecer. Por favor respeta a los demás como esperas que te respenten.