jueves, 1 de agosto de 2013

[Relato] Amor de Despedida


Estuve enredado entre esculturas secas y huecas de amor, sólo esperaba esta noche para poder morir en paz, para ser tan tuyo como pudiera y desaparecer entre las sombras del olvido. El roce de tus manos pudo accionar cualquier tipo de explosión en mi cuerpo, las chispas, el ardor, la fricción de nuestros cuerpos agotada en sudor, a eso le llamo despedirme como se debe.

Sé que será la última vez que te regocijes en mis brazos, que me digas “te amo” compadeciéndome un poco, porque yo sé que no importa cuántas veces me lo digas, nunca podrás sentirlo; puedo vivir con esa mentira en tus labios mientras lo susurras en mi oído, puedo grabar tu voz diciendo mi nombre y rebobinándola para mi, grabar también el aroma de tu piel y la textura de tu cabello cayendo sobre mi rostro, como una cortinilla de sueños húmedos.

Porque entraste en mi vida antes de entrar en mi cama y sólo yo sé de los rastros de saliva en mi piel, del camino que dejaron tus pasiones en mi espalda, de mi voz pidiendo que te quedaras para siempre y tu sonrisa perversa cuando tomaba tu cintura y juntos rodábamos en el incierto del terciopelo que envolvía nuestra piel, cubriéndote con mis ansias.

Me llevo de ti la delicadeza y los poemas, la belleza de tu cuerpo sobre el mío, la manera en la que me mirabas con esa pasión exaltada, intentando curar mis heridas, acompañándome en mis peores pesadillas, cuando entre las sombras de un bosque siempre oscuro, tu voz me guiaba hacia tus labios y sobre el árbol más espeluznante saciábamos la sed de nuestros besos y me llevabas a un universo hecho exclusivamente para nuestro amor errante.

A pesar de saber que te irías en el momento menos indicado, siempre tuve la esperanza de que fueras sólo mía, de poder llevarte a ese nido de escalofríos, donde tu piel desnuda me daba de beber y yo callaba enredado en tus brazos y tus piernas, mientras esperaba escéptico tu partida.

Llamé a tu cuerpo mi hogar, pues tu cuerpo tenía la forma exacta para hacerme olvidar mis agonías, pero sobre todo, mi miedo a la soledad. Tenías todo de mi, mujer, absolutamente todo, desde mi cuerpo frágil, hasta los más profundos pensamientos y deseos de muerte, mis píldoras, mi licor, el tabaco, mi felicidad sin máscaras sobre tus manos de guerra y ya sin defensas, decidiste matarme ¿qué te hice yo, mujer, para que te convirtieras en mi verdugo? Sólo supe amarte, y eso hago aún en este lecho de muerte disfrazado de tu cuerpo, mi última morada.

Debo decir que eres el mejor de mis recuerdos, el más vívido, el más nítido y el más doloroso también. Adiós te digo, mujer, y gracias por regalarme esa pasión que me hizo saber lo que es vivir de verdad y dejarme llevar entre los murmullos del viento. Hasta nunca, amada mía.

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